La miraba pasar con ese andar tan peculiar por la oficina. Quería saber cómo se llamaba. Cada vez que -con la cabeza hacia el techo, las manos en los bolsillos y abriéndose paso con los pies en posición de V- se acercaba a mi escritorio, yo la miraba. Ella simulaba no darse cuenta.
A mí no me engaña, pensaba yo. Esa campera violeta con franjas multicolores sólo significan lo que yo quiero que signifique. Nunca la ví con maquillaje. Siempre anda con un jean desajustado y zapatillas deportivas. Es la única de la oficina que viste así, todas mueven sus caderas embutidas en jeans ajustados, calzas con polleras y hacen ruido al pisar con sus botas.
Me desesperaba por averiguar su nombre y decidí comenzar con la investigación. Googlée y googleé con la poca información que tenía y nada. Estaba segura de que trabajaba en determinada área de la empresa y hasta dí con un artículo de denuncia que mencionaba unas iniciales y un apellido extremadamente corriente. Al lado del nombre incompleto, la nota -publicada en un blog de gente que denunciaba a esta área de la empresa y a quienes la integraban- decía entre paréntesis: "Bandera del Orgullo Gay". Ya está, dije. Es. Busqué todas las combinaciones posibles en la popular red social con esas iniciales y, obviamente, sin fructíferos resultados.
Luego tuve que recurrir al trabajo de campo y ahí fue cuando llegué al meollo del asunto y, a mi pesar, la desilusión: por medio de entrevistas semi-directivas, me informaron, en primer lugar, que su nombre era Cxxxx y, por lo tanto, ninguna de las iniciales que yo había sospechado era correcta. Y no sólo no trabajaba en el área de la empresa que yo había supuesto, sino que... estaba casada -o alguna vez lo estuvo (dato a confirmar)- y que tiene hijos. ¡Toda una Susanita consumada! De la que menos lo hubiera esperado... De todos modos, la investigación no está cerrada aún, me queda saber si efectivamente es o no una Susanita arrepentida.
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