sábado, 29 de enero de 2011

La verdad, estoy un poco desorientada

 A mí quién me entiende. Dejé de fumar. A la gran mayoría le pasa que, cuando abandonan aquella adicción, inician una nueva: comer de más. Bueno, puede ser que esté comiendo más y que estos últimos meses haya aumentado unos 3 kilos. Pero lo más extraño es que dejé de fumar y retomé una práctica que pensé que nunca retomaría: empecé a salir con un hombre. Sí. Hasta me cuesta decirlo. La cosa es que me siento bien, bastante bien, diría yo. Y eso es lo más extraño.
No sé en qué mierda desembocará todo esto, porque si hay algo de lo que estoy segurísima, es que de 10 personas que me pueden atraer, 9 son mujeres y 1 un hombre. Pero bueno, me vine a enganchar con uno. Y tengo miedo. Tengo miedo de lastimarlo por terminar dándome cuenta de que los hombres no son para mí. Tengo miedo de coger -sí, todavía no cogimos- y que no me guste. Pero lo que más miedo me dio es que con él percibí ciertas actitudes que parecían casi calcadas de mi último novio. ¿Son tan parecidos los hombres entre sí cuando están con una mujer? ¿O es que yo elijo un patrón determinado sin darme cuenta? ¿Por qué ellos son tan diferentes al tipo de mujer que me gusta?
No quiero parecer una mina demandante. Todo lo contrario. Pero ellos son así porque les gusta complacer: si digo que me gustaría hacer tal cosa, la hacen. Si me gusta tal cosa, me la compran. Y es lindo sentir que el otro se preocupa por una. Me gustaría haber percibido ese tipo de actitudes de parte de las mujeres con las que estuve, pero no fue así. En ese caso yo me sentía la que intentaba complacer a la otra, la que le regalaba una golosina o que iba al lugar que la otra quería.
Después de pasar una noche juntos, los hombres se levantan, van al baño, se lavan la cara, los dientes, y vienen mientras estás acostada, te dan un beso en la cara y se quedan sentados al borde de la cama, observándote con una sonrisa. Cosa que no me ha ocurrido con las chicas. Ojo, no quiero hacer generalizaciones ad hoc, pero es lo que me ha ocurrido a mí. Ojalá hubiera tenido otra suerte con ellas.
Ellos quieren ir de mi mano por la calle siempre -y debo decir que tengo cierto resquemor a hacerlo, todavía-. Cuando estoy con ellas, yo soy la que siempre quiere agarrarles la mano.
Ellos me buscan a mi, dan el primer paso. Yo siempre las termino buscando a ellas.
Pero eso es lo que más me sorprende: cómo cambio yo según el sexo de la persona con la que estoy.


viernes, 7 de enero de 2011

Ella tenía razón, las terminales de micros no traen buenos recuerdos. A Retiro, una vez más.

miércoles, 5 de enero de 2011

La bi-sagra


Hoy a la madrugada soñé con ella. Pero no era una asesina serial a la que yo le proporcionaba un dato para que matara a su próxima víctima, como en el primer sueño en el que se me apareció, hace siete meses. En este sueño de hoy era buena. Me abrazaba y me contenía. Y eso me hizo rememorar toda esa historia que fue una bisagra para mí. Pero no me voy a remontar siete meses atrás, sino siete años.
Corría enero del 2004. Habíamos ido de vacaciones con mis viejos a Huerta Grande, Córdoba. Mi hermana menor se había puesto de novia allá -por seis días- con un cordobés que era hijo de una señora que se encargaba de la limpieza del hotel. Antes de volver a Buenos Aires, me enteré, por un amigo del "novio", que él había cagado a mi hermana con una tucumana el último día. Pasó alrededor de un mes y ella finalmente se enteró de la infidelidad de la que había sido víctima y consiguió el mail de la tucumana para putearla de arriba a abajo.
Pasaron cinco veranos y volvimos al mismo sitio a vacacionar. Y ¿quién estaba ahí, sentada en la mesa del comedor próxima a la nuestra? La tucumana tan odiada por mi hermana. Hermosa, pero de novia con un tipo que le llevaba veinte años. Y yo en ese momento también estaba de novia con un chico que me llevaba un año y medio, al igual que ella. No podía dejar de mirarla cada vez que cenábamos, pero la realidad era que cada una estaba en la suya.
Pasó más de un año. Empezó el 2010. Ella soltera, yo también. Me enteré de que se vendría a vivir a Buenos Aires. Y, efectivamente, lo hizo. Un veintitanto de mayo soñé que era una asesina serial a la que yo le proporcionaba un dato para que matara a su próxima víctima. Decidí contarle eso en un mail y, de paso, invitarla a salir. Pasaron tres días y ya estábamos las dos tomando unas cervezas, comiendo picada y contándonos nuestras respectivas vidas en un bar de Recoleta, donde ella se había instalado. Ahí me dijo que era bisexual. Ese día terminamos en su departamento, donde me tiró las cartas del tarot y susurró: "Las buenas compañías". En un momento apagó la luz y se recostó. La besé. Fue mi primera vez con una mujer.
Y así empezaron las salidas, una vez por semana, generalmente. Exposición en el Centro Cultural Recoleta, bar irlandés de por ahí, fuimos al Gaumont a ver "La mosca en la ceniza" y hasta la acompañé a ver "Crepúsculo", donde ella se acoplaba a las pendejas de toda la sala gritando por el lobo o el vampiro, mientras yo miraba a Kristen Stewart. Casi siempre era yo la que la pasaba a buscar por su casa y casi siempre era yo la que atinaba a besarla, a tocarla en el cine, a abrazarla. Empecé a cansarme de hacer todo yo hasta que llegó el 14 de julio. Quedamos en ir juntas al Congreso. Como ella tenía frío, me pidió que fuéramos a un bar a tomar algo. Y así lo hicimos. Ahí me contó sobre un pibe con el que se habían visto hacía unos días y que era muy interesante porque estaba metido en el armado de un nuevo partido político, diferente a todo lo ya existente. Y tiró, así, al pasar, que se había quedado a dormir en su casa.
-¿A vos te gustan más los hombres o las mujeres?- le pregunté.
-Los hombres, lejos. Para que me guste una mujer tiene que impactarme de alguna manera, tener algo especial.
Sí, debería haberme sentido halagada. Pero no me ocurrió. Una vez votada la ley de matrimonio, decidí que ese sería el último que la vería. Y así fue. Yo daba mucho y ella nada, y me cansé. A pesar de que era una buena mina, era muy extraña. Iba bastante seguido a fiestas de otakus, había soñado con el diablo y se había enamorado de él, tenía las marcas de los cortes que se había hecho en las muñecas hacía unos años. Le habían diagnosticado trastorno bipolar y tuvo un abuelo nazi.
No sé por qué soñé con ella hoy. Pero fue una de las porciones importantes del 2010 y, a falta de un balance general de ese año, preferí contar esa historia que, como ya dije, fue una especie de bisagra.