miércoles, 24 de noviembre de 2010

Sí, vale la pena

 Yo, que sólo lo veo una vez por semana, no lo conocía tanto. Debería sentirme orgullosa por haber sido la destinataria de aquel pasado enterrado que me entregó. No sé qué habrá visto en mí para entregarme la pala que desenterró toda esa historia aterradora. No sé por qué me eligió este muchacho de 29 años que todavía vive con su madre y su hermana, atormentado día a día por querer huir de ese antro en el que vivió, desde los seis años, escuchando a su padre militar diciéndole que era un inútil y que se arrepentía de que su madre no hubiera abortado. De cuando él, con la inocencia de los 8 años, le preguntó cómo besar a una mujer y aquel ser despreciable le dijo que eso no le tenía que importar a él. De cómo, a los 17, entró en un estado depresivo tan profundo que, para no sentir dolor mental, se auto-flagelaba para estar pendiente de un sufrimiento físico y no psíquico. "Hace tres años me enteré qué significa hacer sobremesa", me dijo. Le pregunté por qué, y él me contestó que toda su vida comió en su habitación, solo.
A los 20 lo internaron por un mes en una clínica neuropsiquiátrica, en una habitación sin ventanas, y lo medicaban con 40 fármacos para tranquilizarlo. Allí conoció a una esquizofrénica que fue la única que lo entendió y terminaron siendo novios. Pero un día ella lo llamó y él no quiso atender sin saber por qué y, a los pocos días, la madre de la chica le dijo que se sentara, que su novia se había tirado de un edificio de ocho pisos. Y él sigue soñando con ella, con ese día en que decidió no atender, sintiéndose responsable por esa muerte.
Me confesó que llegó a sentir que sus sueños -tan vívidos, tan nítidos- eran la vida real, y la vida real era un sueño. Un día soñó que diseñaba una máquina para grabar aquellas vivencias oníricas y luego despertó con el boceto de la máquina al lado de su cama. Le dije que mañana cumplía años y me dijo que sí, se acordaba que era el 25 de noviembre. Y que él, cada vez que se acerca su cumpleaños, tiene pesadillas. El paso del tiempo, nada grato para él, a mí, esta vez, me sentó bien. Este último año evolucioné todo lo que en años anteriores no pude. Me había quedado estancada, congelada, egoísta, encerrada en mí. Quizás porque comprendí que las leyes de la selección natural me decían que tenía que desarrollar ciertos rasgos para poder avanzar, mejorar y vivir en comunidad.
Cuando ayer me volvía en el colectivo, me llegó un mensaje: "Gracias por una hermosa noche". Y es por estas cosas mínimas de la cotidianeidad, por prestar un oído a unos labios desamparados que querían disparar todo ese armamento cargado que permanecía escondido en sus adentros, que se me fue un año más de vida y puedo sentir que la puta que vale la pena estar viva.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Manos esterilizadas

Hendí el bisturí en la piel joven. Antes de ir, no intente ofrecerme puntadas con hilos de acero oxidado. No pose en mi frente paños humedecidos en alquitrán. Recéteme una última bocanada de aire. Una última gota de saliva antiséptica. Una última observación en detalle. No le pido que firme la receta, no hace falta que existan pruebas incriminatorias.
   No. No quiero depender de las caricias que me dan sus manos esterilizadas. No quiero depender de las visitas que esporádicamente me hace durante las guardias. Inyección de anestesia, necesito una para no tener que permanecer despierta. Abstracción, cuarentena, aislamiento para no tener que lidiar con volver a verla.
   Sí, yo tomé el bisturí por elección propia, pero todavía algo latente queda en mis restos. Y ahora, doctora, simulemos que esta eutanasia fue una operación que falló intencionalmente. No me suministre más los antibióticos. Hace tiempo dejé de recibir la morfina. Sólo le pido un último electroshock, una última respiración boca a boca, antes del fin.

martes, 16 de noviembre de 2010

En la Ciudad Autónoma, es preferible hacer dedo que tomarse un taxi

"¡No sabés lo que me pasó!" es una de sus muletillas más trilladas. Pero, en algunos casos, no lo dice en vano.
Hoy, mientras laburaba, esta amiga me lanza, vía msn, su clásica frase. Y yo esperaba cualquier cosa, menos lo que vino a continuación. El sábado fuimos con ella y dos amigos a tomar algo a Palermo. Luego de beber unos cuantos vasos de cerveza, uno anuncia que ya era hora de rumbear para nuestros respectivos hogares. Todos estuvimos de acuerdo. Uno se tomó un bondi para ir a Villa Urquiza y los demás nos fuimos a por el querido 55. Finalmente, mi amiga, que se dirigía para Liniers, se dio cuenta de que le convenía tomarse el 34 y después hacer combinación, y se separó de nosotros. Hoy me vengo a enterar de lo siguiente (reproduzco sus palabras):

"...Me quedé dormida y me desperté en el-medio-de-la-nada, literalmente. Como no sabía dónde carajo estaba, ni veía ningún colectivo pasar, paré un coche. El tipo me dijo: "Voy para el otro, pero, si querés, te dejo en Ramos". Le dije que sí, y tenía miedo de que me llevara para cualquier lado, o me hiciera algo. Pero tuve suerte. El tipo me dejó en Ramos y yo decidí tomarme un taxi hasta casa. Pero, en un momento, el taxista empezó a frenar la marcha y apoyó su mano sobre mi pierna. Me asusté y abrí la puerta del auto y me tiré. Me hice mierda. El tipo aceleró con la puerta abierta. No sabía qué hacer. Me volví a pata a casa...".

Bueno, debo aceptar que, esta vez, su frase sí quedó justificada. 

viernes, 12 de noviembre de 2010

Su nombre de usuario aparece cada vez que enciendo la computadora cuando entro al laburo. Es que su contrato caducó y ¿quién entró en escena? Aquí, quien suscribe. La cosa fue inesperada, porque resulta que aquel nombre que aparece cada vez que tengo que ingresar mi nombre de usuario, pertenece a alguien que yo ya conocía previamente a entrar al diario. Y, hace unas tres semanas, de repente, la ví en el trabajo, pero con un ascenso de por medio.
-Yo te conozco- le dije.
-Ah, si?- me dijo.
-Sí, cursamos juntas Comunicación II en la UBA el año pasado- le especifiqué (se habrá preguntado por qué yo me acordaba de ella, si nunca habíamos intercambiado palabras, simplemente la tenía de vista).
-Ah -se apresuró a saludarme con un beso- bueno, yo soy Malena.
Desde ese entonces no puedo evitar distraerme cada vez que la veo pasar. Desde entonces no pude evitar tejer estrategias para hablarle, que finalmente llevé a la práctica. Desde entonces no puedo dejar de pensar que está dando resultado, que hoy me vino a hablar y tendría que haber sido muy expeditiva para lograr que se fuera de mi escritorio, porque el tema laboral estaba cerrado y ella seguía ahí, mirándome, de pie, con esa postura, con esa sonrisa, con esa camiseta color mostaza y ese aro con forma de cuadrado en su oreja derecha. Con todos los detalles que pude observar de cerca. Y con todo lo que sé que ella no sabe que sé: sus freakeadas, su blog-delirio ochentoso-noventoso sobre historietas y películas de ciencia ficción, su co-conducción de un programa sobre igualdad de género los jueves en la FM Boedo y, sobre todo, que me encanta escuchar su voz esos días, antes de irme a dormir.

domingo, 7 de noviembre de 2010