miércoles, 14 de noviembre de 2012

De novelas, no-velas y nouvelles


Los sucesos de los últimos días me revelaron algo. Sí, por supuesto que para llegar a la revelación tuve que pasar por los llantos, devenidos en dolores de cabeza, devenidos en miligramos y miligramos de ibuprofeno para tapar lo que no tenía tapa. No sé si fue el ibuprofeno o los pensamientos que me acosaban –cada vez más me convenzo de que se trata de la segunda opción-, pero empecé a sentir que mi estómago se encogía cada día más. Renuncié a la comida parcialmente y en contra de mi voluntad. No podía. Hace poco empecé a leer una novela, El club de los ángeles, de Luis Fernando Verissimo. No me acuerdo si ahí o en una crítica que había leído sobre el libro decía que todo pasa: el amor se pasa, el dolor se pasa, pero el hambre siempre vuelve. Estoy empezando a dudarlo. De lo que sí estoy segura es de que pude extraer algunas frases muy buenas del primer capítulo de esa novela. No-vela. Nunca me había puesto a pensar en ese juego de palabras. Las novelas no velan, revelan. Cierto, y en la primera oración de este texto dije que había tenido una revelación. Y por ahí tiene que ver con otra frase que leí de ese libro: “El crimen inventado es peor que el real. Porque si este último puede ser accidental, o fruto de una pasión momentánea, nunca escuché de un crimen ficticio que no haya sido premeditado”. Y quizás eso es parte de la revelación que estoy teniendo mientras escribo. El crimen que me volvió víctima –odio esa palabra, pero a veces es necesario ponerse vulnerable- fue un crimen real, producto de una pasión incontenible, de un rebalse de energía negativa muy poderosa, que me fue disgregando por dentro, muy de a poco. Una tarea verdaderamente fina y al mismo tiempo descontrolada. La cuestión es que, pienso, si el crimen más cruel es el de la ficción, por ser premeditado, no me queda otra que inventar mi propio crimen, ponerme a escribir y superar al crimen real. Inventar un crimen ficticio en el que soy un ser despiadado y malvado que destruyo todo lo que encuentro a mi paso, incluso a las personas de mi círculo más íntimo.
Sería una buena estrategia para sacarme este ahogo que siento en el estómago.

Es curioso encontrarse en un lugar extraño que, al día siguiente, parece haber conformado parte de un capítulo de una novela reveladora. Y que hayan venido las náuseas, los temblores, las palpitaciones y todo el estrés emocional que vengo arrastrando hace meses. Como cuando era chica y me iba de campamento o a dormir a la casa de una amiga y me dolía la panza. No creo que fuera a extrañar con la panza, yo nunca fui de extrañar, y menos cuando era chica. Pero sí creo que es la novedad (del lugar, de las personas). Novela corta se dice nouvelle, que suena a nouveau pero en femenino. Quizás porque ingresamos, en un corto plazo, en un nuevo mundo (femenino) al leerla. Y los cambios a corto plazo son traumáticos. Y quizás ese sea el crimen ficticio más interesante y desgarrador al mismo tiempo.

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