sábado, 20 de noviembre de 2010

Manos esterilizadas

Hendí el bisturí en la piel joven. Antes de ir, no intente ofrecerme puntadas con hilos de acero oxidado. No pose en mi frente paños humedecidos en alquitrán. Recéteme una última bocanada de aire. Una última gota de saliva antiséptica. Una última observación en detalle. No le pido que firme la receta, no hace falta que existan pruebas incriminatorias.
   No. No quiero depender de las caricias que me dan sus manos esterilizadas. No quiero depender de las visitas que esporádicamente me hace durante las guardias. Inyección de anestesia, necesito una para no tener que permanecer despierta. Abstracción, cuarentena, aislamiento para no tener que lidiar con volver a verla.
   Sí, yo tomé el bisturí por elección propia, pero todavía algo latente queda en mis restos. Y ahora, doctora, simulemos que esta eutanasia fue una operación que falló intencionalmente. No me suministre más los antibióticos. Hace tiempo dejé de recibir la morfina. Sólo le pido un último electroshock, una última respiración boca a boca, antes del fin.

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