Ocurrió hace tres meses, aproximadamente. Era conducida por la rutina hacia la estación Constitución de la Línea C del subte. Llegué al molinete y escuché una voz desconocida que me gritó: "¡Laura!". Miré hacia atrás y era un chico vestido de Metrovías, completamente desconocido. Lo miré fijo y le pregunté: "Eh! ¿Cómo sabés mi nombre?". Y él me dijo: "Ah! Ah!" con un halo de misterio. Me subí en el vagón sin entender. Definivamente no lo conocía. Se me ocurrió algo: quizás, se me veía la tanga y por eso me dijo Laura. De repente, empecé a reírme sola cuando me miré en el vidrio de la ventanilla: tengo una cadenita con una L colgando. El pibe había adivinado, nomás.
Desde enonces, cada vez que paso por el molinete, escucho: "Hola, Laura", "Adiós, Laura", "Hasta mañana, Laura". Nunca lo miro. Me río por dentro, nomás.
Pero hoy, cuando bajé las escaleras del subte y descubrí la fila de 10 metros para sacar el pasaje y escuché el mágico "Laura...", miré hacia los molinetes y estaba el chico haciéndome una seña de "Vení". Me acerqué y me dejó pasar por la puerta. Hay veces que una se tiene que aprovechar de estas circunstancias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
hacen los coros