Los sucesos de los últimos días me revelaron algo.
Sí, por supuesto que para llegar a la revelación tuve que pasar por los
llantos, devenidos en dolores de cabeza, devenidos en miligramos y miligramos
de ibuprofeno para tapar lo que no tenía tapa. No sé si fue el ibuprofeno o los
pensamientos que me acosaban –cada vez más me convenzo de que se trata de la
segunda opción-, pero empecé a sentir que mi estómago se encogía cada día más.
Renuncié a la comida parcialmente y en contra de mi voluntad. No podía. Hace
poco empecé a leer una novela, El club de los ángeles, de Luis Fernando
Verissimo. No me acuerdo si ahí o en una crítica que había leído sobre el libro
decía que todo pasa: el amor se pasa, el dolor se pasa, pero el hambre siempre
vuelve. Estoy empezando a dudarlo. De lo que sí estoy segura es de que pude
extraer algunas frases muy buenas del primer capítulo de esa novela. No-vela.
Nunca me había puesto a pensar en ese juego de palabras. Las novelas no velan,
revelan. Cierto, y en la primera oración de este texto dije que había tenido
una revelación. Y por ahí tiene que ver con otra frase que leí de ese libro: “El crimen inventado es peor que el real.
Porque si este último puede ser accidental, o fruto de una pasión momentánea,
nunca escuché de un crimen ficticio que no haya sido premeditado”. Y quizás
eso es parte de la revelación que estoy teniendo mientras escribo. El crimen
que me volvió víctima –odio esa palabra, pero a veces es necesario ponerse
vulnerable- fue un crimen real, producto de una pasión incontenible, de un
rebalse de energía negativa muy poderosa, que me fue disgregando por dentro,
muy de a poco. Una tarea verdaderamente fina y al mismo tiempo descontrolada.
La cuestión es que, pienso, si el crimen más cruel es el de la ficción, por ser
premeditado, no me queda otra que inventar mi propio crimen, ponerme a escribir
y superar al crimen real. Inventar un crimen ficticio en el que soy un ser
despiadado y malvado que destruyo todo lo que encuentro a mi paso, incluso a
las personas de mi círculo más íntimo.
Sería una buena estrategia para sacarme este ahogo
que siento en el estómago.
Es
curioso encontrarse en un lugar extraño que, al día siguiente, parece haber
conformado parte de un capítulo de una novela reveladora. Y que hayan venido
las náuseas, los temblores, las palpitaciones y todo el estrés emocional que
vengo arrastrando hace meses. Como cuando era chica y me iba de campamento o a
dormir a la casa de una amiga y me dolía la panza. No creo que fuera a extrañar
con la panza, yo nunca fui de extrañar, y menos cuando era chica. Pero sí creo
que es la novedad (del lugar, de las personas). Novela corta se dice nouvelle, que suena a nouveau pero en femenino.
Quizás porque ingresamos, en un corto plazo, en un nuevo mundo (femenino) al leerla. Y los cambios a corto
plazo son traumáticos. Y quizás ese sea el crimen ficticio más interesante y
desgarrador al mismo tiempo.
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