Según la Quiniela, el 17 es la desgracia. Pero yo creo que es todo lo contrario. Hace 17 meses que conocí a Dana y, curiosamente, la intensificación de esta relación es directamente proporcional al paso del tiempo. Hace 17 meses me habló una noche de un incipiente otoño una marplatense de ¡20 años recién cumplidos! que estaba -a mi juicio- loca de atar. "Habrá que seguirle el juego", pensé. Y así lo hicimos. Y saqué generala doble.
El segundo día que hablamos ya nos cogimos por chat y, a las dos semanas, ya nos decíamos que nos extrañábamos.
Al mes nos conocimos personalmente, y nos gustamos más aún. A los 3 meses y medio, se vino vivir a Buenos Aires. Los primeros tiempos de ella en mi ciudad fueron durísimos: ella vino con $800 en mano y sin laburo; yo, por mi parte, era víctima de los gritos de mi padre el día en que se enteró por mis tíos de que estaba de novia con una mujer y no les había dicho nada a él y a mi vieja.
Fueron meses difíciles: yo estaba sin trabajo y Dana consiguió uno en un kiosko de Microcentro en el que la explotaban y trabajaba todos los días menos los viernes (los domingos laburaba ¡12 horas!). Yo finalmente conseguí laburo en una revista y las cosas empezaron a marchar, aunque no nos podíamos ver casi nunca -además de que a casa no la podía traer y, en su hotel, vivía en una pieza junto a tres tipos, de los cuales dos eran putos y pareja. No podíamos tener intimidad casi nunca, no nos veíamos más que los viernes por la tarde-noche y un día me llamó al trabajo para decirme que no quería estar más conmigo. Sin más explicaciones.
Un mes después, reapareció, rogándome que volviera con ella. Volvimos en diciembre. Llegó el calor, la llevé a casa y conoció a mis viejos. Pasó más tiempo y la llevé a la casa de mis abuelos. Ahora, cada vez que veo a mi bobe me pregunta: "¿Cómo está tu compañera?", o: "¡Mirá vos, te viniste a enamorar de una mujer!".
El mejor sexo empezó a venir en esa época, con amplios fines de semana para vernos -ella ya había conseguido otro laburo menos explotador-, se quedaba a dormir en casa, los domingos íbamos a una parri que queda cerca de casa o nos pasábamos la tarde mirando películas y cogiendo.
Después conocí a sus padres. Fuimos un fin de semana a Mar del Plata a principios de marzo. A pesar de los miedos de Dana sobre la actitud que adoptaría su madre frente a esa circunstancia, todo salió perfecto. Llegamos y desayunamos con ellos, fuimos juntos a la playa, a la noche el padre hizo asado y el domingo fuimos solas a la Laguna de los Padres. Yo había ido como "amiga", pero fue más que obvio mi verdadero rol cuando se me escaparon algunos "mi amor" y Dana terminó dejándose llevar y dándome la mano en presencia de ellos.
Después empezaron las clases en la facultad para ambas y, entre algunas peleas, celos y algunos distanciamientos, seguimos juntas. Ahora ella se mudó a una habitación para ella sola y ya tenemos un espacio para compartir en paz.
En julio nos fuimos a San Rafael, Mendoza, juntas. Fueron las mejores vacaciones de mi vida. Caminamos 22 kilómetros, anduvimos en bici, conocimos el Cañón del Atuel y los dueños del hostel se robaron las cuantiosas sobras del asado que Dana había hecho y dejado en la heladera (y un queso Mar del Plata sin abrir).
Yo volví a estar sin laburo (¡sí, así de fluctuante es mi situación laboral!) y, en cuanto consiga uno permanente, me mudo con ella a un departamento.
Hace 17 meses que la conozco y, quizás, hace 17 que la amo también.
Qué historia más linda!
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